El desafío antisistema
Abstract
En las últimas décadas, y con mayor intensidad desde la Gran Recesión que comenzó en 2008, el apoyo a los partidos políticos tradicionales ha disminuido. Con mayor frecuencia, los ciudadanos perciben a los partidos como entidades corruptas que, en lugar de representar los intereses de sus electorados, se comportan como “servicios públicos” y agentes estatales (Biezen, 2004; Katz and Mair, 2018). De hecho, ya los datos del Eurobarómetro de 2019 mostraban que la gente tiene menos confianza en los partidos y las instituciones representativas, en las que tienen voz, que en entidades como la policía y el ejército que no son ni representativas ni electoralmente responsables. De entre todas las instituciones cívicas incluidas en el estudio, los partidos aparecen en último lugar, y disfrutan de la confianza de tan solo un 22 por ciento de los encuestados (ver Figura 1). Los efectos de esta desconfianza en las instituciones representativas son evidentes: disminución de la identificación partidista, baja afiliación a partidos políticos y bajos niveles de participación electoral (Mair, 2013). Entre los ciudadanos que aún acuden a las urnas, muchos apuestan por partidos diferentes en cada elección y, por lo general, prefieren nuevas formaciones políticas, muchas de los cuales se definen, además, como oposición al establishment político.
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